España ha reconocido oficialmente la sensibilidad química múltiple (SQM) al incorporarla a su Clasificación Internacional de Enfermedades o CIE (el sistema con el que la Sanidad clasifica y codifica sus diagnósticos). Con esta decisión, España se suma a la lista de países que reconocen la SQM como una enfermedad: Alemania (2000), Austria (2001), Japón (2009), Suiza (2010) o Dinamarca (2012).
El proceso se ha llevado a cabo a través de una Proposición no de Ley (PNL) presentada por la diputada María del Carmen Quintanilladel Partido Popular; tras una petición que le hizo llegar el Fondo para la Defensa de la Salud Ambiental (Fodesam), con la colaboración del Servicio de Información sobre Sensibilidad Química Múltiple y Salud Ambiental (SISS).
En un limbo administrativo
A este padecimiento se le añade además el del inadecuado trato que muchos de estos enfermos reciben por parte del sistema sanitario. Porque lo que no aparece en la CIE como enfermedad queda en un «limbo» administrativo que implica «una situación de completa indefensión. Algo que debería terminar con el reconocimiento de la SQM como enfermedad.
«La situación de estas personas es muy difícil», destaca Carlos de Prada, presidente del Fodesam. Su intolerancia a sustancias sintéticas frecuentemente empleadas en la sociedad les obliga con frecuencia a vivir confinados en su hogar, casi como "personas burbuja"; y a ponerse mascarilla las pocas veces que salen a la calle.
La SQM afecta al sistema nervioso central, pero también puede provocar disfunciones en otros sistemas como el respiratorio, el gastrointestinal o el cardíaco. Se trata de una «enfermedad emergente» de naturaleza crónica y «tóxico ambiental» que provoca una «respuesta fisiológica frente a multitud de agentes y compuestos químicos» que pueden encontrarse en ambientadores, colonias, productos de aseo personal, de limpieza, comida, agua del grifo, ropa, cosmética, tabaco… Por todo ello, aunque como en otras enfermedades la SQM tenga grados y sus síntomas varíen según los parámetros de salud y entorno «químico» del enfermo, es un problema de difícil manejo, que además «limita de forma muy notable la calidad de vida», observa la Proposición no de Ley.
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